Hoy
ha sido el día de las sorpresas. Todos nos regalamos mutuamente.
Pero sin duda el mejor regalo ha sido las historias y experiencias
vitales de la niñez con que nos ha deleitado mi padre.
En
la Hacienda de Torrijos mi padre pasó su niñez. Aunque iba al
colegio, la mayor parte del tiempo la pasaba merodeando por la finca,
observando la naturaleza o las variadas tareas que realizaban los
jornaleros intentando aprender de todo.
Las
colmenas daban una abundante cosecha que vendían a mayoristas. En
éstas se colocaban plataformas de madera con celdillas de cera ya
dispuestas para que las abejas no perdieran tiempo en hacerlas y las
rellenaran pronto de miel. Una vez los panales estaban a rebosar, se
colocaban en una especie de máquina que se movía con manivela y
exprimía la miel.
Un
día que mi abuelo abrió una alacena abandonada en un cuarto que
hacía dos años que no se tocaba, se llevó una gran sorpresa:
estaba repleta de panales. No se sabe cómo entraron allí las
abejas. Sacaron kilos y kilos de miel.
Curiosidad:
los mal llamados “zánganos” son en realidad unos pobres
“desgraciados”. Su función es fecundar a la reina y a
continuación rodearla junto a los huevos para no dejar de mover sus
alas y así conseguir la temperatura ideal. Poco después, todas las
“obreras” se abalanzan sobre ellos y les picotean hasta morir.
Increible!!!!!!
Mi
padre tenía buenas aptitudes para el estudio. Era callado y
observador y siempre atento y dispuesto a ayudar en las tareas del
campo. La dueña de la finca le propuso estudiar (11 años) pero a él
sólo le gustaba el campo con sus misterios y sabiduría. Ayudaba con
los panales, a esquilar ovejas, a coger aceitunas, en el molino de
aceite, a hacer pan...Todo el día era pura experiencia.
El
aceite que producían aquellos olivos era para uso propio de la
finca. Pero en aquellos tiempos de posguerra y hambre, la gente de
Valencina venian a pedir y mi abuelo les decia que cogieran lo que
necesitaran. Mi abuelo era un hombre “diferente” con una
inteligencia natural fuera de serie. Autodidacta. Distinguido de
porte. Simpático y vivaz. Seguro y decidido. Trataba de igual a
igual tanto al terrateniente como al más humilde jornalero. Siempre
con respeto y cercanía. Le gustaba el vino, le gustaba el cante
hondo y las novelas de Estefanía.
Era
un experto en el tratamiento del olivo. Su poda era espléndida. Le
consultaban de todos lados. Decía que la poda mantenía al árbol
siempre joven.
Mi
abuelo levantó la finca de Torrijos. Cuando llegó, se la encontró
abandonada, inundada de rastrojos y hierbajos. Y le dio vida y
prosperidad. Los dueños eran una pareja de aristócratas (
marqueses) de muy diferente condición: él , amanerado, aburrido y
tremendamente avaricioso. Ella, jovial , con muchas inquietudes
culturales y enamorada de mi abuelo.
Mantener
la dignidad cuesta caro. Ante la disyuntiva : agachas la cabeza o te
vas, él eligió lo más difícil en aquel momento, pero
imprescindible para seguir siendo él.
Ay!!!!!
mi abuelito “catailla”...